Joe, si no era suficiente lo que apuntaba en el último post, hoy he visto en "elmundo.es" este artículo acerca de un grupo de 31 personas esclavizadas en una fábrica de ladrillos de China. Impresionante el artículo, aunque escueto. Impresionantes las heridas, aunque no sangrantes. Pero más impresionantes las caras de estas tres personas de la primera foto.

Con la mirada perdida en el infinito, sus caras transmiten la mayor falta de sentido en esta vida. La falta de tensión en su mandíbula inferior clama a los cuatro vientos que un ser humano no debe ser exprimido hasta expeler el último hálito. Levantando la barbilla para intentar ver más allá de las paredes de la fábrica, quizás atisbando el vuelo de una grulla sin cadenas en la lejanía, disfrutan de su momento más feliz del año. Sus hombros caídos hacia delante nos señalan con el dedo índice y el ceño fruncido y nos dicen que ya es suficiente, que las 20 horas ya han pasado y quieren descansar, que los años pasan y no hay ilusión posible que les anime a sacar pecho y pensar que van a poder clavar la bandera en la cumbre. Las cuerdas a modo de cinturón nos susurran al oído un escalofriante secreto, no hay tiempo para ser egoístas, para pensar en ellos mismos, para darse cuenta de que les han salido 6 o 7 canas, que su compañero tiene una casa más grande, que su móvil no tiene cámara o que tienen barriga. El agua es su último nexo de unión con el cielo, por que nada en la vida puede ser un infierno total a excepción del genuino.
Los pies en 60º concluyen que en caso de agudizarse no habría modo alguno de mantener la estabilidad ya que las fuerzas residuales se podrían calificar de ínfimas.