Hablaba yo de una montaña rusa pensando que la comparación era lo suficientemente aceptable en el aspecto cualitativo. Cuál ha sido mi sorpresa al percatarme de que subestimé la situación como un niño que viendo el menú del restaurante del elefante con gorro de fiesta y teniendo en cuenta el rugido de su estómago, cree que podrá con 4 menús. Iluso, infantil, inexperto, inconsciente... son palabras que me vienen a la mente. Subes la montaña con tu mochila a cuestas, tu traje de neopreno y tu casco, cuando ya estás ahí arriba, en la orilla del cauce del río, te tiras haciendo un triple salto mortal. Resulta un alivio el momento de consciencia que te hace recordar que llevas en tu mochila todo el material necesario para evitar los obstáculos: cuerdas, mosquetones... Es época de lluvias, el caudal es respetable, y las aguas fluyen enfurecidas. Era tu objetivo, es tu camino, tu medio, tu destino, es y debe ser, así que te lanzas. No esperabas que hubiese piedras puntiagudas que atravesasen tus delicados dedos, tampoco esperabas que esas firmes rocas fuesen capaces de magullar tus espinillas y caderas, imaginabas que las ramas de los árboles adyacentes serían tus bastones y no las lanzas que herirían tu torso y mejillas, y los saltos de agua... oh los saltos de agua... Su sonido te inundaría de placer, su reflejo deslumbraría tus días tristes y el burbujeo masajearía tu cansado caminar. No hay vuelta atrás, camino de un solo sentido, o te tiras o te tiran, tienes miedo, lógico, yo también lo tendría. Está muy alto, hay rocas a los lados, eso que flota no será una serpiente... y saltas.
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