No soy yo ni es mi fuerza. No es mi inteligencia y no es mi simpatía. No es mi cortesía ni mi oportunismo. No es mi suerte ni mi audacia. No mi resistencia, no mi velocidad, no mi memoria ni el tamaño de mis neuronas. No soy yo. No es mi cuerpo. No es mi espíritu. Ni siquiera es mi alma. No mis genes ni el producto de esfuerzo y dedicación. No una serie de coincidencias encadenadas. No la mezcla de los elementos adecuados en el momento y lugar preciso. No es la tecnología y menos aún los recursos disponibles. ¿Mi ropa, mi cara, mi cuerpo, mi color de ojos, mi tono de voz o mi mirada? No. ¿Una equivocación? No.
Por medio de ti sacudiremos a nuestros enemigos; En tu nombre hollaremos a nuestros adversarios.
Porque no confiaré en mi arco,
Ni mi espada me salvará;
Porque como dice David en su Salmo 44, es el Señor mi Dios quien me hace superar toda adversidad, quien me abre toda puerta y quien destruye a mis adversarios. Me da sabiduría en los momentos de necesidad y susurra dulces palabras de orientación a mi oído. Toda batalla grande o pequeña en mi vida es vencida por medio de Él y para Él. Porque yo no soy nada sin Él. Porque es mi Dios y yo su siervo por la eternidad. Porque hizo el mayor sacrificio por mí y merece ser honrado sin condiciones hasta el final. Jesús, mi Rey.