Me equivoco mientras escribo estas palabras y me equivocaba cuando intentaba aconsejar a algún amigo en una nublada tarde. Me equivoqué cuando establecí mis prioridades y cuando creía que divulgaba verdades atemporales en las soleadas mañanas de verano. Paradójicamente cabe la posibilidad de que me equivoque cuando afirmo que me seguiré equivocando.
Y es que deambulamos por esta vida repartiendo folletos con nuestras opiniones. Opiniones del instante de la entrega. Opiniones agarradas al vuelo cuando caen de los árboles de hoja caduca al mudar su piel en el período otoñal. Opiniones no reflexionadas, analizadas y contrastadas... o sí. Y ahí llega el punto clave. Por mucho que nos obcequemos en pensar que nuestro punto de vista es el definitivo en tal o cual aspecto, hay un grave porcentaje de probabilidad para cambiarlo en un futuro.
La cuestión se hace mucho más evidente cuando planteamos dichas opiniones por escrito y tras un período de tiempo las releemos. Dicho período puede comprender años, meses e incluso semanas. ¿Qué leches escribí? ¿En qué pensaba? ¿Pero no me daba vergüenza? ¿Seré ignorante? ¿Y por qué no me dijeron nada? ¿Cómo podía estar tan ciego?... niñato/a, participante de un aprendizaje contínuo, eterno alumno de preescolar, veleta, marioneta de los vientos catabáticos o de los caprichosos dioses del Olimpo. El cuadro bien podría dibujarse con un gato pre-adolescente jugando con los entramados de hilos de lana de nuestra red neuronal, rompiéndolos mientras otros nuevos se crean para sustituir a los primeros. Así, la foto de nuestra estructura de pensamientos diferiría en sobremanera de un instante al siguiente.
Pero esta perspectiva puede llevar peligrosamente a una posición de relativismo en la cual defenderíamos nuestra actitud de pasivismo y ausencia de posición respecto a las cuestiones más importantes de la vida porque no tiene sentido lavarte las manos si te las vas a ensuciar más tarde.
La Gracia Divina y la experiencia probablemente, parece que reaccionan ante tal situación estabilizando la balsa en la tempestad con un pilar de 1,5 km bajo el mar mediterráneo y otros 3 km bajo el subsuelo. Llega un momento en la vida de un ser humano en el que ha de decidirse a tomar posición sobre las más grandes cuestiones a pesar de lo comentado hasta ahora. Uno no puede pasarse la vida diciendo que no sabe, que ya lo pensará, que es un tema demasiado complejo y entran demasiadas variables en juego. Como adultos estamos obligados a tomar una porción del campo de batalla y defenderla. Porque somos defensores de los grandes valores. Somos defensores de la libertad, de la justicia y de la verdad. Y nuestras espadas han de estar afiladas y nuestros caballos ensillados.
Ref:
http://es.wikipedia.org/wiki/Viento_catab%C3%A1tico
La cuestión se hace mucho más evidente cuando planteamos dichas opiniones por escrito y tras un período de tiempo las releemos. Dicho período puede comprender años, meses e incluso semanas. ¿Qué leches escribí? ¿En qué pensaba? ¿Pero no me daba vergüenza? ¿Seré ignorante? ¿Y por qué no me dijeron nada? ¿Cómo podía estar tan ciego?... niñato/a, participante de un aprendizaje contínuo, eterno alumno de preescolar, veleta, marioneta de los vientos catabáticos o de los caprichosos dioses del Olimpo. El cuadro bien podría dibujarse con un gato pre-adolescente jugando con los entramados de hilos de lana de nuestra red neuronal, rompiéndolos mientras otros nuevos se crean para sustituir a los primeros. Así, la foto de nuestra estructura de pensamientos diferiría en sobremanera de un instante al siguiente.
Pero esta perspectiva puede llevar peligrosamente a una posición de relativismo en la cual defenderíamos nuestra actitud de pasivismo y ausencia de posición respecto a las cuestiones más importantes de la vida porque no tiene sentido lavarte las manos si te las vas a ensuciar más tarde.
La Gracia Divina y la experiencia probablemente, parece que reaccionan ante tal situación estabilizando la balsa en la tempestad con un pilar de 1,5 km bajo el mar mediterráneo y otros 3 km bajo el subsuelo. Llega un momento en la vida de un ser humano en el que ha de decidirse a tomar posición sobre las más grandes cuestiones a pesar de lo comentado hasta ahora. Uno no puede pasarse la vida diciendo que no sabe, que ya lo pensará, que es un tema demasiado complejo y entran demasiadas variables en juego. Como adultos estamos obligados a tomar una porción del campo de batalla y defenderla. Porque somos defensores de los grandes valores. Somos defensores de la libertad, de la justicia y de la verdad. Y nuestras espadas han de estar afiladas y nuestros caballos ensillados.
Me he equivocado, equivoco y equivocaré pero siempre perseguiré lo más acorde a las grandes virtudes.
Ref:
http://es.wikipedia.org/wiki/Viento_catab%C3%A1tico